18/11/08

Marco Tulio Gentile

Mi hijo Sansón

Siete kilos ciento cincuenta gramos pesó el hijo de Dalila.

La cesaria fue un éxito: Treinta y cinco puntos verticales. Un procedimiento obsoleto, ya que el nuevo método exige un corte horizontal en el bajo vientre, pero de haberse hecho, le habrían dado la vuelta con el bisturí, abriéndola como una arepa para sacar la criatura. El esposo decía ante los medios que Dalila estuvo los tres últimos meses postrada en cama con muchas dificultades para respirar, según los diagnósticos, el feto presionaba los pulmones reduciendo la capacitad respiratoria de Dalila en un cincuenta por ciento. Los doctores no se explicaban cómo el bebe pudo presentar un desarrollo tal, si mantuvieron a la madre con una dieta estricta basada en hortalizas y la paciente no presentó diabetes durante embarazo.

Sansón -qué otro nombre podían darle- nació sano y fuerte, de ojos abiertos y una sonrisa con mas dientes que un camión de serruchos. Durante la filmación del parto el doctor pensó que el feto estaba completamente cubierto de bello, pero al sacarle del vientre pudo constatar que había heredado la mítica melena de Sansón.

Los primeros días de cuidados –hablamos de la madre, quien necesitó de terapia intensiva- fueron críticos: Los cirujanos plásticos intentaron reconstruir la flácida y colgante forma de la barriga, mediante un procedimiento quirúrgico llamado dermoliposucción; que consiste en licuar con láser los excesos de grasa, y devolverle así su característica y pancina virtud. Aunado a éste procedimiento removieron el útero a través de una histerectomía, asegurándose de que la madre no volviera a concebir semejante muchacho.

Por su parte los ginecobstetras atendían a Sansón. Analizaban los datos cualitativos y cuantitavos de sus exámenes sanguíneos. Datos neurológicos, cardiovasculares, motrices y psicológicos, dando el sorpresivo diagnóstico de un impúber de siete kilos ciento cincuenta gramos con axilas peludas y melena de sansón.

Después de unas semanas de constantes pruebas, madre e hijo fueron dados de alta un trece de Abril del año en curso, con una prescripción breve pero precisa: “Alejar al infante de cualquier persona que llevase el nombre de Dalila” Cosa que preocupó mucho a Dalila.

El estado, por supuesto, dando muestras de celeridad y oficioso altruismo, gestionó los cambios necesarios en la identificación de la madre, asignándole el diminutivo de “Lila” –más molestias para la madre, pues su esposo firmaba “Morillo”-. En fin, no habiendo alternativas, la madre aceptó el nuevo nombre, y se emprendieron las acciones legales. Sin embargo, no fue de su agrado una valla que instaló el gobierno regional frente a su casa: El rostro del presidente junto al del gobernador, flanqueaban el siguiente epígrafe:

“Otra obra de la gobernación”.

El padre, consiente de las dificultades futuras, mandó construir los enceres de su hijo en hierro forjado. Empleando para andaderas, coches y juguetes, piezas de vehículos. Aún así, no resistieron los embates de Sansito, que a tan corta edad, usaba un tripoide como mamila.

Los primeros meses fueron arduos y laboriosos, los tiernos siete kilos de Sansito se convirtieron pronto en noventa kilos de masa muscular, el bello creció por sus nudillos y mandíbula, convirtiendo al bebe en una especie de Goliat contemporáneo babeando la mollera de la madre, quien se valía de una pala para sacarle los gases. Aquí el gobierno volvió a hacerse sentir, donándole a la madre, una dote de leche de soya MERCAL que ascendía a la cantidad de nueve barriles mensuales, colocando una nueva vaya frente al hogar de la popular familia con está dedicatoria:

“Sansito es grandote y toma soya… ¿Tú no?”

Las vayas causaron su efecto y la venta de la leche de soya subió un noventa por ciento, colocándose como artículo de primera necesidad en todas las edades. Luego el gobierno removió el impuesto para hacerla más adquisitiva a los estratos “D” y “E”. Los estrategas del mandatario regional estaban entusiasmados con el potencial mediático que representaba Sansito, y plantearon al gobernador el emprendimiento a gran escala de una campaña publicitaria en diferentes conceptos de la vida del trabajador.

Una tarde, mientras Sansito gateaba –solo tenía diez meses de vida-, una comisión hizo aparición en la casa de la familia Morillo. Los altos ejecutivos traían consigo un camión cargado con cincuenta bultos de pañales para adulto, la tradicional dote de leche de soya, treinta cuñetes de compota nacionalizada, veinticinco pliegos de las nuevas toallitas húmedas marca CASA, y un maletón con ciento cincuenta mil bolívares fuertes, ofreciendo a la familia introducir al mercado publicitario la vida del infante.

Los ciento cincuenta mil convencieron inmediatamente al padre, la madre, más perspicaz, condicionó el retiro de las vayas y el respeto a la infancia del niño para aceptar la propuesta. Una vez acordados, la comisión se retiró alabando la travesura de Sansito, que frente a los distinguidos secretarios de gobierno, sembró una plasta de medio kilo en la grama del patio, diciendo “mami… soya popó”.

Sansito se convirtió rápidamente en el centro de atracción de los medios, dio sus primeros pasos en televisión calzando unos botines de “Cooperativas Reloads”. Multiplicó las ventas del automóvil “Centauro” al declarar por RNV, con su voz gutural pero infantil, que “Sansón mato un león, un burro, pero nunca un centauro”. Triplicó la demanda de acero, éste estratagema lo consiguieron al presentarlo en un comercial, fallando en el intento de arquear los barrotes de su corral, construido con cabillas “National Revolutións”, seguido del eslogan: “Pura Cabilla”.

La madre de Sansón Morillo, protegía la integridad moral de su hijo negando su participación en al inauguración de obras públicas por parte del gobernador, decía que “cualquier cosa menos decir mentiras”, alegando que su hijo era “el Gigante de la Revolución”, y no podían contaminarle la imagen presentándolo junto a una figura que a leguas “está buscando congraciarse con el presidente para tapar la fallas de su gobierno”.

Sin embargo la vida de los Morillo había cambiado sustancialmente, el padre: San Luís Morillo, se había posicionado muy bien en el estrato de la “Clase Media en Positivo”. Tenía cuantiosas ganancias gracias a la publicidad de Sansito. Había invertido y cosechado el éxito haciéndole competencia a los tractores VENIRAN, por medio de una cooperativa fabricante de maquinarias agrícolas llamada “San & Son”.

La madre permanecía escéptica a los movimientos sociales y bursátiles de su cónyugue, pues opinaba que “el socialismo, se centraba en un nuevo enfoque de las necesidades del pueblo, y no en la radicalización del consumo” advirtiéndole a su marido que su hijo no podía crecer en un mundo tan ingrávido como el de los medios, pues su mente se confundiría y “no se podían prever las consecuencias del propagandismo politiquero en sus acciones futuras”.

Mientras tanto, el sueño de la madre de ser convocada por el primer mandatario nacional se veía frustrado al no recibir señal alguna desde la Casona, pasaban los días, su hijo crecía y así mismo se desarrollaba la riqueza del padre, originándose nuevas disputas conyugales por los distintos enfoques sociales, un día, mientras Sansito levantaba pesas –no encontraron otra ocupación que darle, su pasatiempo era levantar los muebles-, la madre encendió el televisor sintonizando VTV. El presidente daba un discurso llamando a los diferentes actores patrióticos de la vida nacional a sumarse a un “Partido Unido Socialista Venezolano”, “hablando de los “cinco motores” y “los Concejos Comunales”.

Sansito, a quien la madre había acostumbrado desde el primer mes a ver las cadenas del presidente, arrojó a dos metros sus mancuernitas de cincuenta kilos para sentarse frente al televisor, rascaba los cañones de su barba meditabundo mientras con el dedo de la otra mano se acariciaba el tupido bello del pecho, sonriendo a los chistes y anécdotas del presidente del proletariado.

“Todos aquellos que disfrazados de revolucionarios, se enriquezcan a costa de las penurias y miseria del pueblo, no son más que Filisteos” Decía el presidente mientras el padre, desde el salón contiguo, revisaba sus cuentas, “Quita eso Lila… Ya el mono se está volviendo loco” gritó el señor Morillo. Lila le respondió a gritos “acuérdate de dónde venimos, y hacia dónde vamos”. “Mi vaina me la gané yo, y yo la manejo como me de la gana…” –respondía él.

Esta discusión retumbó en la mente de Sansito, quién volteó hacia su padre y le miró inquisitivamente, “…es más, esto no es revolución, esto es un capitalismo social”. Sansito se levantó yendo directamente hacia su padre. Cuando estuvo frente a él lo tomó del cuello como quién toma una gallina y lo levantó treinta centímetros del suelo, gritando “Papi filisteo…Papi filisteo”, mientras le propinaba un gancho al hígado que lo dejaba sin aire.

La golpiza era brutal, la madre trató de interponerse, asiendo el antebrazo de sansito con ambas manos, pero en nada lograba frenar un brazo tan ancho como su pierna. Ante el inminente parricidio recordó las palabras de los médicos: “Por nada en el mundo dejen que su hijo se encuentre con una persona llamada Dalila”.

En su desespero, corrió a su habitación, buscando la vieja partida de nacimiento donde se exponía claramente su nombre al nacer: “Dalila”. Enrolló el papel a modo de tubo y propino en el fornido lomo del hijo un leve papelazo que le desmayó en el acto.

El padre, convertido en un chichón de chichones, se levantó a duras penas y se alejó del cuerpo inconsciente de Sansito, vocalizando insultos e improperios al presidente y su discurso, e inmediatamente fue a buscar una tijera para cortar la melena de Sansito y así acabar –no había leído la Biblia, pero vio la película- con la fuerza de su hijo. Lila Morillo, arrepentida de haber frenado a su bebe, trató de salvar la cabellera de Sansito, pero un derechazo en el ojo la puso a vomitar cambures. Cuando pudo reponerse, ya el marido había peluqueado al niñote y éste temblaba como un guiñapo de carne en el suelo.

El síndrome de Sansito fue diagnosticado en el CDI como: “Meningitis Revolucionaria”, y ésta había acabado con la fortaleza de las articulaciones del paciente, así mismo con la capacidad ver más allá de sus narices. La LOPNA se hizo cargo del niño-hombre y lo mantuvo alejado de sus padres dándole por vivienda un Simonsito que se encontraba diagonal a la gobernación.

La campaña de Sansito se interrumpió y la figura del Gigante de la Revolución pasó al olvido. A Sansito lo sacaban cada día a la plaza Bolívar frente al palacio de gobierno a tomar sol, y éste sólo podía oír las consignas de los obreros esperando al gobernador para hacerle sus peticiones y reclamos. Sindicatos, misiones, maestros, Organizaciones civiles de vivienda, se apostaban en las escaleras del palacio con la esperanza de ser escuchados.

Un día, sentado en su silla de ruedas, Sansito escuchó la voz de su padre que llegaba desde la escalera del palacio de gobierno. Éste descendía junto a un equipo de secretarios de estado y se preparaba a abordar una Homer de lujo para ir a sus trances con los funcionarios. El padre vio a Sansito y detuvo su marcha para gritarle:

“Hay Sansito
Andas pegado a la olla
Te ves tan deslechadito
¿Se acabó la leche de Soya…?”

Sansito, que sólo tenía cuatro años, rogó a su papi El Presidente la fuerza para vengarse del traidor. Y así los mirones de la plaza vieron como de las pelonas de Sansito emergieron sendos rulos y la fuerza retornó a su cuerpo. Incorporándose de su silla, la tomó por una rueda y la disparó hacia el séquito de políticos que se burlaban de él, emprendiendo una carrera feroz en persecución de los farsantes, éstos se apresuraron a ocultarse en el interior del palacio, cerrando las puertas tras sí. Pero esto no detuvo la ira de Sansito, que se colocó entre las columnas del palacio de gobierno y dijo:

“Papi… Papi presidente:
Dame la fuercita
que con mi ultima lechita
yo me echo estos delincuentes”.

Y estruendosamente las columnas se movieron y traquetearon y chirriaron y plas, plis plus…se vinieron abajo, pero Sansito como era Venezolano salió corriendo y no se quedó para que los aplastaran a él también. Porque era Sansón, no pendejo.




Marco Tulio Gentile, 1978. Nacido en Barquisimeto. Co-fundador del Proyecto Editorial “Yo” Ediciones Yaracuy Oculto, compuesto por una revista de literatura, edición de Libros, y eventos culturales. Ha sido ganador de dos concursos editoriales: (“Premio Internacional de la Librería Mediática” y el “Certamen Nacional de las Artes y las Letras 2006”). Recibió el reconocimiento “Honoris Causa de la Cultura Yaracuyana” en el año 2003.

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